Contra el argumento racista


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Víctor Fowler Calzada


Extracto

Las coincidencias, cuando suceden en la esfera social, suelen ser signo de malestar, línea de fuerza latente que pugna por emerger o, aunque sea, dirigen la atención a zonas que previamente es complejo distinguir por lo disperso de sus elementos. Los meses recientes, donde se ubican la aparición del volumen Cuba, personalidades en el debate racial (del investigador Tomás Fernández Robaina, por la Editorial Letras Cubanas), el largo ensayo La nación, el racismo y la discriminación racial en la historia de Cuba y en la contemporaneidad. ¿Otra batalla ideológica-cultural? (de Orlando Cruz Capote, en tres partes, dentro del sitio web de la publicación digital La Polilla) y el estreno del documental Raza (de Eric Corvalán, en el Festival Internacional de Cine de la Habana) marcan uno de estos momentos de nacimiento o reformulación de un campo...

La exhibición, durante el más reciente Festival de Cine de la Habana, del documental Raza, del realizador Eric Corvalán, es un ejemplo más de malestar en la sociedad cubana del presente. Dos niveles de cubanos ocupan la pantalla: sujetos populares e intelectuales (de estos últimos, la mayoría pertenecientes a la raza negra). Puesto que sólo tres intelectuales blancos son entrevistados (una profesora de Universidad, una profesora de ballet y un Vice-Ministro de Cultura) contra siete intelectuales negros (en su mayoría, investigadores, escritores o artistas), es claro que el desbalance obedece a una intencionalidad: la voz que se quisiera destacar es la del individuo de raza negra y el discurso crítico (las intervenciones responden a preguntas o incitaciones del realizador) estará dirigido a identificar, cuestionar y confrontar prácticas lesivas, para los sujetos de raza negra, en la sociedad cubana de hoy. De una parte, hay que tomar partido por la sensibilidad y esfuerzo detrás de obras como ésta (a nivel somático, de censo, el realizador es de raza blanca y su compañera, con la que aparece fotografiado al final, en el pase de los créditos, de raza negra); de la otra, también es necesario mantener, ante el documento, una distancia crítica tal que permita cuestionar verdades o señalar limitaciones.

Las razones mínimas para ello son dos: primero, porque cualquier documento audiovisual propone una ilusión de realidad doblemente manipulada (durante la selección de los fragmentos a enseñarle al espectador y durante su montaje, en lo cual incluyo elementos “ajenos” como lo voz en off, la música y efectos posibles en la banda sonora, el uso de archivos fotográficos, etc.). Segundo, porque la interpretación es un acto de libertad, autoral, que busca interpretaciones conexas; que no sólo intenta descubrir, sino que se conecta a tendencias coexistentes o anteriores, que forma cadenas en el juego de discursos alrededor de Cuba y, como tal, no puede evitar el contacto con lo que se ha convertido en uno de los temas favoritos del presente: el fracaso de la Revolución. Por tales motivos, no es una sutileza gratuita detenernos en la elaboración del discurso, por parte del documentalista, para responder a una pregunta, sobre la figura de Evaristo Estenoz, –hecha, en la calle, a un joven de raza negra (1:25’ – 1:30’). Curiosamente, el joven, cuando, se le pregunta sobre los grandes acontecimientos históricos, del año 1912, menciona el hundimiento del Titanic, es capaz de citar la fundación de los Independientes de Color, pero desconoce quien fuera Estenoz, líder de ese mismo partido. Pasados unos minutos, el documentalista responde:

“Los gobiernos republicanos ejercían la discriminación racial, aún contra los combatientes negros de las guerras independentistas; hostigados por esta situación, los Independientes de Color iniciaron sus operaciones militares el 20 de mayo de 1912.”
(a los 4:20’, mediante voz en off mientras son proyectadas imágenes de la represión contra el alzamiento de los Independientes)

No es casual que, terminado este bloque, el montaje proponga transitar a la entrevista con Fernando Rojas, Vice-ministro de Cultura, de quien ha sido seleccionado un fragmento donde considera que:

“Pero, no es el mejor momento, hablando de la historia de la Revolución, de resultados específicos en la lucha contra el racismo o contra la discriminación racial, que es como yo prefiero describirlo.”

Puesto que los primeros segundos del documental presentan opiniones, tomadas en la calle, que comunican malestar, la solución de montaje crea una extraña ilusión de continuidad; dado que hay un mal que en la República condujo a la solución buscada por los Independientes, entonces la continuidad del mal quizás merezca idéntica solución. Allí, donde Estenoz aparece como un héroe injustamente olvidado, el análisis revela un punto sumamente discutible, ya que, si se apela a la exactitud, el plural (“los gobiernos republicanos”) corresponde únicamente a los períodos de Estrada Palma y José Miguel Gómez, los dos primeros. La ilusión de continuidad ocurre porque la evidencia histórica, en el presente, confirma que se practicó discriminación a lo largo de los diversos gobiernos republicanos que hubo; pero en el pasado, cuando tuvo lugar la protesta de los Independientes, era algo que sólo se podía suponer y que sucedía dentro de un país en construcción como nación independiente, aún con un enorme capital simbólico en manos de sus grupos hegemónicos.

El procedimiento de montaje contrastante vuelve a ser utilizado, de nuevo con Fernando Rojas, para enfrentar su opinión acerca de que (23:43’ del documental), si bien todavía no es suficiente, la presencia del debate sobre raza en los escenarios públicos cubanos ha ido creciendo, en particular en los medios impresos. A esta verdad, que ilustra la obra publicada de varios de los testimoniantes (Tomás Fernández Robaina, “Tato” Quiñones, Roberto Zurbano, Lázara Menéndez y Esteban Morales), se le opone a continuación una intervención (de Lázara Menéndez):

“Yo lo que me pregunto es hasta qué punto es importante seguir en el chapoleteo. Es lo que a mí me parece que… Yo insisto siempre en las acciones prácticas, es decir, yo no hago nada con que me lleves a la televisión a yo decir todo esto que te puedo estar diciendo aquí si yo después salgo de ahí, vuelvo a mí, a oir mis discos de Lázaro Ross, que me gusta mucho, en mi casa y se acabó. No, es decir, si esa discusión va a servir para que se hagan cosas, sí. Porque, yo no sé en otros barrios, pero en mi barrio, ese tipo de problemas la gente no lo ve... no lo ve. Porque eso es como una descarga y la gente está muy cansada de que le estén trovando y que le estén diciendo más o menos las mismas cosas. Entonces, yo creo que hay que cambiar los estilos.”

Para un documental que, con sólo existir y ser exhibido, fabrica él mismo espacio público de discusión y donde tal solicitud está articulada en varias de las intervenciones (Fernández Robaina, Morales, Zurbano, etc.) es un clamor supremamente contradictorio. No sólo porque renuncia al debate (que es la demanda) en función de una llamada “acción práctica”, sino porque supone que esto nuevo (el hablar sobre razas y racismo), sin siquiera suceder, provocaría el mismo cansancio que otros contenidos, gastados ya por el uso. Semejante apología de la práctica, cual si careciera de sentido una supuesta época de los discursos (que, por demás, ni siquiera ocurrió), coloca al Estado por delante de la voz; pero, al eliminar la discusión-sensibilización alrededor de un punto social crítico, de manera implícita ansía la presencia de un Estado paternal, protector y –sobre todo- autoritario.

De tal modo, más allá de las múltiples denuncias que el documental reúne e incluso sus manipulaciones, la más atractiva de las intervenciones y el verdadero centro ideológico, se encuentra en las palabras del pintor Eduardo Roca Salazar (Choco):

“Y a mí me molesta mucho cada vez que vienen a hacerme una entrevista… “Bueno, Choco, yo quisiera saber tu opinión, con rela(ción a)… tú, como negro…” Ya, ya me pongo enfermo, porque por ahí no está. Porque cuando tú haces y aceptas una cosa así, ya nos estás dividiendo. Yo estoy defendiendo una nacionalidad. Yo estoy defendiendo una cultura que no es negra, no es blanca, no es nada. Una cultura que es caribeña, que es cubana, que tiene todos estos tonos.”

En este punto, la idea de una sociedad culturalmente unificada y multitonal, así como el lenguaje militar que el hablante utiliza, remite tanto a la noción de proyecto compartido como a una problemática mayor asociada a la ubicación geográfico-política del proyecto, al espacio, la temporalidad y, sobre todo, las nociones de soberanía política y cultural. La Cuba reivindicada de este modo, por encima de sus diferencias internas, es un ideal cultural común y no un simple trozo de territorio compartido; es la Cuba de la Revolución, pero también la de los cubanos, donde quiera que se encuentren y reconozcan que sólo hoy, a pesar de limitaciones o fracasos, se crearon condiciones para una superación efectiva del racismo en tanto el proyecto de Nación no necesita negar la contribución de los individuos de raza negra, aún cuando tampoco encuentre todos los caminos para integrar la contribución o ni siquiera conocerla. La paradoja es crucial, pues en las condiciones de capitalismo agrícola subdesarrollado, con estructura económica mono-productora, mercado esencialmente absorbido por los E.U., dentro de un orden republicano construido encima de un pasado colonial-esclavista, además de una alta cantidad de inmigrantes provenientes de la antigua metrópoli, el racismo es una necesidad de funcionamiento del sistema y no una casualidad ni consecuencia que obedece a una lógica exterior. De hecho, operando con tales coordenadas, una sociedad con bases demográficas y una pirámide social como la que Cuba heredó de la colonia, sería incomprensible sin el componente racista que es parte central de su identidad. Del lado contrario, el tipo de ruptura que la Revolución propone, tendrá siempre el componente racista como una línea de tensión que, por persistente que intente o resulte ser, sólo puede ya apoyarse en un basamento cultural ligado a las tradiciones, la cultura heredada y que, en cualquier momento, admite ser trastornado por los nuevos ordenamiento político, jurídico, pedagógico o cultural que emanan del nuevo poder. En este mundo nuevo, por doloroso que resulte para quienes lo sufren, el racismo no puede sino ser residual.

En este sentido, la verdadera pregunta y el sitio hacia el cual apuntan el malestar que los documentos manifiestan, así como las manipulaciones alrededor de ellos, es en dirección a saber si los grupos tradicionalmente subordinados (en este caso, sujetos de la raza negra) hoy son sujetos de poder en Cuba, actores hegemónicos de su propio destino, con capacidad para incidir en las tomas de decisión que afecten sus vidas. Cualquier evidencia empírica nos dice que no, desde las representaciones en los medios de difusión masiva a la integración racial de las altas direcciones (ambas quejas repetidas por entrevistados en el documental, mucho más agudas cuando se refieren al sector de la economía mixta), incluso cuando la misma voluntad partidista de implantar una política de cuotas (para el ingreso al Partido Comunista) hubo de ser promulgada hace pocos años o cuando las investigaciones sobre el impacto del denominado “Período Especial” confirmaron que el deterioro fue mucho mayor en la población de raza negra. Por una graciosa paradoja de la Historia, en condiciones sumamente distintas, hay una apariencia de parentezco a las vividas en los inicios del siglo XX cubano: la urgencia de reconstruir un país y de darle posibilidad de existencia como nación independiente, conducen a poner a un lado las diferencias o fracturas en una ecuación social gigantesca en la que el tiempo es el enemigo mayor.

Tal impacto del “Período Especial” en estructuras largamente fragilizadas más la desprotección (de raíz política y consecuencia lógica de una emigración que, además de ser mayoritariamente blanca tiene a los grupos de raza blanca en mejores condiciones económicas) cuando la cultura del dólar entra al país, cierran el círculo cuando el nuevo mundo de economía con divisa extranjera reproduce el viejo patrón cultural de exclusión. Es entonces cuando, bajo presión de una lógica externa, la Revolución comienza a tropezar con los límites de la justicia que ha sido capaz de construir, a descubrir las manquedades del proyecto incluso en el reclamo de aquellos mismos a quienes, sin descanso, intenta beneficiar. Puesto que se discuten ya las lealtades, parece haber un muy estrecho abanico de respuestas: reprimir las voces críticas, activar al aparato jurídico para que la ley garantice igualdad y posibilidad de ascenso social globales en las condiciones nuevas, generar desarrollo y estímulos económicos para los sectores desfavorecidos, reconstruir las políticas de representación (para que el sujeto históricamente subordinado no sólo sea mostrado, sino que cuente quién es y cuáles son sus problemas, esperanzas o fracasos) y desatar opinión y sensibilidad social alrededor del punto crítico. Esto último, que no es sino el debate social, merece la totalidad de los escenarios, la voluntad de que sea el subordinado histórico quien se relate a sí mismo y, lo más importante, demanda un movimiento simultáneo que permita des-racializar el malestar mediante su conexión con cualquiera de los otros grupos del país que vivan en condiciones de pobreza o sean portadores de desventaja. En lo que toca al diseño de las políticas anti-racistas, una combinación de acciones con pretensión universalista con otras localizadas sectorialmente, pero siempre en ambientes de discusión pública de las tradiciones, las raíces de la desventaja social, los logros y los fracasos; ambientes que no pueden sino significar crítica, apertura, dialogicidad, influencia, aprendizaje mutuo, receptividad a la crítica y voluntad de transformación. Creo que es algo que corresponde con la siguiente idea de Balibar, tomada de una entrevista en la que recurre al pensamiento de Hannah Arendt para vincular anti-racismo y luchas por la ciudadanía:

“… evitó fundamentar la lucha contra el racismo a partir de la identificación empática con las víctimas, criticó la manera en que las víctimas tenían tendencia a representarse y a utilizar su estatus de víctimas a fin de construir una identidad política colectiva, y se resistió a usar el discurso sobre el carácter único de la exterminación de los judíos. Ella formuló lo que yo llamo "el teorema de Arendt", que indica que no hay derechos del hombre fuera de la institución política. Así, lo primero no son los derechos del hombre sino los derechos del ciudadano.”
en: http://areanec.blogspot.com/ sábado 20 de diciembre de 2008
http://mitomundializacion.blogspot.com/2008/06/etienne-balibar-debemos-repensar-qu-es.html 6 de junio de 2008

Llegados aquí, donde la cuestión racial nos es revelada como problema de participación y derecho ciudadano, leemos la demanda en su rostro contemporáneo.